lunes, 5 de diciembre de 2016

Cuestiones

Tan pronto un día desvistió la necesidad de justificación que en general se le exigía en gran parte de los ámbitos en los que se relacionaba, por no decir en todos y cada uno. Tan pronto divisó esta curiosa afición, advirtió que su llegada no se debía al año nuevo, al cambio de estación, ni a los desajustes en los sistemas mundiales de gobierno. Tampoco a la reciente crisis de confianza que en general afectaba y por la cual sin embargo sí debería aplicarse, bajo su cuestionada opinión, este tipo de exigencias explicativas hacia aquellos que hacen y deshacen, dirigen y eliminan, limitan y ordenan la felicidad de muchas y ajenas vidas.

Derrotado y rendido, lo que por su boca asomaba sería cuestionado. A palabras nos referimos. Cuestionado, no entendido, indagado. La credibilidad no era su punto fuerte, problema de los ajenos, mas un agotamiento constante, un aburrimiento absoluto, un posible final, principio de otra cosa, y a quien no le guste que busque en otro sitio. La necesidad de justificación debería siempre seguir de cerca a sus reflexiones, sus seguridades, sus pensamientos e incluso las teorías ajenas que tan solo procurase nombrar. Incluso ésas deberían ser defendidas como si de propias se tratase. Cualquier conversación iniciada de forma amena, un comentario, una opinión, una reflexión, y acto seguido sin siquiera un instante de meditación, toda la prudencia contenida erupcionaría en su contra. Y vuelta a la propia defensa.

Así se repetía un tema tras otro, una persona tras otra. Sin acotar a una determinada edad, sin acotar a una señalada inteligencia, imaginación, sector industrial, ámbito cultural o psicología de la verdad. Ironías que, en ocasiones, se entrecruzan y pocas se discurren. Su mente se hallaba cansada. Agotada y agarrotada.