miércoles, 15 de junio de 2016

Reencuentro I

Miro a mi alrededor y los veo a todos. Como si mi situación fuese privilegiada. Como si mi cuerpo no estuviese allí sentado. Conversaban en pareja, en grupos de tres y alguno se dedica a sí mismo. Nos habíamos conocido hace años cuando aún estudiábamos, unos más y otros menos, no todos, pues asistía también quien llegó de la mano, por supuesto bien recibido y felizmente acogido. Transcurrido tanto tiempo pretendemos ser los mismos, comportarnos del mismo modo, actuar como si nuestros juveniles lazos jamás hubiesen necesitado acogerse a un proceso de renovación provocado como no por la regeneración de las modas sociales que tanto acaparan y a pocos ofenden.

Está el que osa disimular. Quizá ni el esfuerzo se permite, tan solo ha declinado estar, quien sabe por qué. Tal vez cierta imposición mental convergente en que su relación más sincera se establezca a través de conexiones hacia el exterior. De la casa, se entiende que nadie se encuentra atrapado ni forzado ante tal situación. Libres fuimos y libres seremos entre nuestros ojos a pesar de la cobardía que irónicamente genera.

Incómodo para algunos. Otros pasarían este día como uno más. Sin más ni más. Y al día siguiente habría quien comente el gran reencuentro con sus allegados y habría quien apenas lo recordaría como nada especial. Yo no estoy aquí para juzgar. Pero la filosofía ocupaba en este momento el mayor espacio en mis pensamientos, o como quiera que se mida la imaginación. Podía comprobar cómo los más insospechados continuaban poseyendo la esencia de antaño. Los auténticos. Y los demás estaban más lejos, asombrosamente imprevisibles, un tanto menos interesantes.

¿Por qué el ser humano tiende a ser menos permisivo con su mente, su imaginación y su micro mundo? ¿Por qué el papel principal y el excesivamente sobrevalorado era el racional? Que evitemos el recuerdo, la reflexión, la diversión, el miedo a poder cambiar nuestro presente destino, el desconcierto, el desconocimiento o que sencillamente pretendamos olvidar consciente y forzosamente aquello que forma parte de lo que tú has hecho, y no otro, en lo único que hay aquí presente. Era bonito, yo me sentía bien en mi gran mundo. Cambiaría cosas, arrancaría por unos instantes las preocupaciones de cada uno de ellos, y les escucharía durante horas.

Pero yo era una más. Una inyección de la droga de mi felicidad y ya podía vernos a todos de viaje, como aquel que nunca hubo, el más completo, sin ausencias y sin inquietudes. Un guión de cine que se reproducía en mi gran pantalla con una banda sonora ya pasada de moda. Un reencuentro en grandes imágenes que solo yo tendría el privilegio de observar.