Una llama que, como cualquier otra cosa, se apaga (III)

¿Y ahora qué? Tras cortas e intensas relaciones amorosas, padres postizos, carteles promocionales, algunos, aunque pocos, desfiles, el goce de ver a sus niños crecer era la mayor alegría cada nublado, lluvioso o soleado amanecer. Pero ese día llegó, y el pequeño Martin, ya no tan pequeño, se despidió de su madre, y también de sus sanas lágrimas, para adentrarse en las salas de estudio, bibliotecas, cafés para llevar, chicas sonrientes con carpetas forradas, reuniones, fiestas, excursiones. Lejos de casa sí había vivido Mireia, en esto su hijo no le iba a ganar, pero ella estaba satisfecha y orgullosa de un pequeño que conseguiría algo a lo que ella nunca pudo siquiera optar. Probablemente se encontrase con su hermano, la distancia de ambas universidades no era más que un par de horas en autobús de línea, hasta este detalle había estado prendado en la mente de nuestra madre, quizás egoísmo, quizás tranquilidad, pero sí, ella sabía que se tendrían el uno al otro y el otro al primero cuando abordaran ciertos temas que, con toda seguridad, con su madre no discutirían. 

¿Y ahora qué? Volvería a preguntarse Mireia una vez más durante la mañana de la despedida que la dejaría nuevamente sola, como cuando empezó, cuando se independizó y comenzó a vivir. Ella tan sólo sabía posar, desfilar, fijar su mirada en el objetivo de una cámara profesional, asistir a eventos, o eso creía ella, ser esposa, ser madre. Volver a trabajar fuera, viajar, firmar grandes contratos nuevamente, hablar con sus representantes, el retorno de la gran diva estaba aquí. Quizás no tan diva, quizás su esplendor se había desenfocado, diluido, apaciguado. 

Puede que algún escritor hubiese pensado ya, años atrás, en escribir las memorias, las que lo eran y las que no, de Mireia, una carrera de éxito y una vida de… de fracasos sentimentales, psicología pasional y grandes fortunas invertidas en nada ya apetecible. Pero ninguna predicción fue ajustable alguna vez, ella misma apagó su luz y encendió sus velas, conocedora de lo complicado que sería mantenerlas con una llama que un día, como cualquier otra cosa, incluso la vida, se apaga.